De la mano con
San Lucas, Juan es el único autor que se preocupa por señalar el puesto de
María en la Iglesia al remarcar su importancia en sí misma. Sin ahondar en el
versículo 13 del prólogo (cc.1), cuya interpretación es sui géneris
(quinatusest) -el cual puede entenderse como una clara alusión a la concepción
virginal del Señor-, señalemos solamente las dos escenas que ponen a María en
un lugar- destacado: Las bodas de Caná en Galilea y el Calvario. Juan conecta
adrede estos dos pasajes; ambos conciernen directamente a la hora de Jesús y
ambos ponen en labios de éste la insólita denominación "mujer"
(2:4->19:26).
La conversión
del agua en vino en Cana de Galilea, no es solamente el primero de los signos
realizados por Jesús; es la , el
principio, el que contiene en germen todos los demás signos. Así, el signo de
la renovación de la alianza se orienta al cumplimiento de la hora, en la cual
Jesús ya no otorga bienes materiales, sino su Espíritu que actúa en los
sacramentos de la Iglesia (Sangre y Agua). En los dos momentos María está
presente, lo cual se enfatiza con una fórmula de proximidad (la madre de Jesús)
y de distanciamiento aja vez: "qué tengo yo contigo" (2:4), “mujer he
ahí a tu hijo" (19:26). En el primer caso, Jesús no realiza el signo en
razón de la maternidad puramente física, sino que exige a su Madre un acto de
fe; y así lo entiende ella cuando se dirige a los sirvientes con este hermoso
consejo: "Hagan lo que él les diga" (2:5). Jesús alega la voluntad
del Padre, único que fija la hora, ante la concepción posesión de sus hermanos
(7:3ss). La grandeza de María consiste en descubrir por la fe las exigencias
del Plan Divino y oscurecerse cuando empieza el ministerio público de su Hijo.
Su intervención obtiene, no obstante, que se constituya la comunidad de los
discípulos, quienes a la vista del signo, creen en Jesús y contemplan su gloria
(211).
María en el Calvario… Los Santos
Padres, por lo general, interpretan las palabras del Señor al Discípulo amado
como un signo de piedad filial; Jesús como un buen hijo, en el momento postrero
de su vida se preocupa del futuro de su Madre (S. Agustín piensa también así).
Sólo el gran Orígenes presiente un sentido más profundo: "Nadie puede
captar el significado (del evangelio de Juan) si no se ha reclinado en el pecho
de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como Madre. Y para ser otro Juan hay
que llegar a ser de tal manera, que del mismo modo que Juan, oigamos cómo Jesús
nos designa como Jesús mismo" (Comentario a Jn: 1:23. SC n°120, 71).
En la edad media
se generaliza la interpretación de la maternidad espiritual de María. Los
modernos por su parte, más atentos al carácter elaborado de las escenas de la
muerte del Señor (especialmente en Juan) y su valor simbólico de sus detalles,
presentan a María como figura de la comunidad creyente. Por el contrario hay
que concluir, no obstante, que María y el Discípulo amado representan algo más
que ellos mismos. Cantidad de exégetas católicos explican la denominación
"mujer" como una alusión a Génesis 3:15: María es la mujer a quien se
promete la victoria sobre Satán. Esta interpretación establece un vínculo entre
Juan 19:25-27 y Apocalipsis 12; donde el parto doloroso de la mujer se refiere,
no al nacimiento de Jesús, sino al nacimiento en el Calvario del Mesías
Triunfante19.
En este orden de
cosas es difícil establecer las fronteras entre el sentido literal y las
prolongaciones teológicas legítimas. Juan presenta a María como un modelo de fe
y valentía; cuando los discípulos huyen cobardemente, ella se queda al pie de
la Cruz. Como Madre de Jesús representa al resto fiel de Israel,
considerándola, sin duda, el evangelista como la nueva Eva Madre de todos los
que viven en la fe y en amor y que miran con esperanza al Crucificado elevado a
la Gloria por su resurrección de entre los muertos... lo cierto, es que el
texto se mantiene abierto a los comentarios de la tradición.