El cuarto
evangelio da relevante importancia a los dos grandes sacramentos: Bautismo y
Eucaristía. La presentación joánica de estos dos sacramentos, nos invita a
considerarlos dentro del misterio salvífico: tienen su origen en la muerte de
Cristo (19:34); testifican, representan y hacen eficaz el acontecimiento
salvífico. Son medios eficaces que emergen de Cristo para recordar la obra
realizada por Jesús y hacerle presente en la actualidad.
La mística juega
un papel importante en san Juan. La hallamos sintetizada en la frase
"estar o permanecer en Cristo" y, por él, en Dios. La unión
fructífera, viva del creyente con Cristo, no es una mística atemporal y
ahistórica, sino la plena realización de la comunión de Jesús con sus
discípulos tal como se hizo posible a partir de la resurrección.
Íntimamente
ligada a la mística aparece la ética. El dar fruto es la consecuencia de estar
o permanecer en él (15:4-8), este permanecer en él, se halla
condicionado por la guarda de sus mandamientos (15:9-10).
Juan se
encuentra encuadrado dentro del pensamiento eclesial y misional. El discipulado
aparece como representativo de la Iglesia posterior y abierto a ella (4:38;
17:18-21; 20:21); se halla descrito en la imagen del rebaño (10) y en la
alegoría de la vid y los sarmientos (15). Pero Jesús habla también de otras
ovejas (10:16), de los hijos de Dios dispersos, que él debe reunir (11:51), y
la unidad de aquellos que han de creer (1720-21).
Encarnación, resurrección y misión: La
encarnación pone de manifiesto la profunda verdad de la humanidad de Jesús: el
Jesús terreno es al mismo tiempo el Hijo amado del Padre; y su muerte en la
Cruz pone de manifiesto el alcance de su amor sin medida. Por ello, para Juan, la
Cruz no es el patíbulo de Jesús, sino "su trono" (Jn: 3:14-15; 12:32;
19:16b-22).
La manifestación
de Jesús provoca reacciones encontradas. Por un lado están los
"judíos" que se oponen sistemáticamente a él y algunos de sus
discípulos lo abandonan (6:60). Por otro lado están, sin embargo, muchos que lo
reconocen como el enviado de Dios, escuchan su enseñanza y lo siguen. A través
de éstos el evangelista describe las características del auténtico discípulo,
representado en el “discípulo amado" (Jn: 13:23; 19:26; 20:2; 21:7-20). La
primera de ellas es la fe. Pues los verdaderos discípulos son aquellos que
después de contemplar los signos y escuchar sus enseñanzas, creen y se
mantienen firmemente unidos a él. Jesús los invita a permanecer en su amor y a
continuar la obra que él ha comenzado por encargo del Padre. El rasgo
distintivo de los que creen en él será el amor mutuo (13:35), un amor semejante
al de Jesús. Pero además, Jesús ha prometido su Espíritu para que les recuerde
y explique todo lo que él les dijo y los defienda en los sufrimientos que
tendrán que padecer: Jn: 14:15-17-25-26; 15:26-27; 16:5-11,12-15.
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