martes, 11 de noviembre de 2014

JUAN Y LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA



El cuarto evangelio da relevante importancia a los dos grandes sacramentos: Bautismo y Eucaristía. La presentación joánica de estos dos sacramentos, nos invita a considerarlos dentro del misterio salvífico: tienen su origen en la muerte de Cristo (19:34); testifican, representan y hacen eficaz el acontecimiento salvífico. Son medios eficaces que emergen de Cristo para recordar la obra realizada por Jesús y hacerle presente en la actualidad.

La mística juega un papel importante en san Juan. La hallamos sintetizada en la frase "estar o permanecer en Cristo" y, por él, en Dios. La unión fructífera, viva del creyente con Cristo, no es una mística atemporal y ahistórica, sino la plena realización de la comunión de Jesús con sus discípulos tal como se hizo posible a partir de la resurrección.

Íntimamente ligada a la mística aparece la ética. El dar fruto es la consecuencia de estar o permanecer en él (15:4-8), este permanecer en él, se halla condicionado por la guarda de sus mandamientos (15:9-10).

Juan se encuentra encuadrado dentro del pensamiento eclesial y misional. El discipulado aparece como representativo de la Iglesia posterior y abierto a ella (4:38; 17:18-21; 20:21); se halla descrito en la imagen del rebaño (10) y en la alegoría de la vid y los sarmientos (15). Pero Jesús habla también de otras ovejas (10:16), de los hijos de Dios dispersos, que él debe reunir (11:51), y la unidad de aquellos que han de creer (1720-21).

Encarnación, resurrección y misión: La encarnación pone de manifiesto la profunda verdad de la humanidad de Jesús: el Jesús terreno es al mismo tiempo el Hijo amado del Padre; y su muerte en la Cruz pone de manifiesto el alcance de su amor sin medida. Por ello, para Juan, la Cruz no es el patíbulo de Jesús, sino "su trono" (Jn: 3:14-15; 12:32; 19:16b-22).

La manifestación de Jesús provoca reacciones encontradas. Por un lado están los "judíos" que se oponen sistemáticamente a él y algunos de sus discípulos lo abandonan (6:60). Por otro lado están, sin embargo, muchos que lo reconocen como el enviado de Dios, escuchan su enseñanza y lo siguen. A través de éstos el evangelista describe las características del auténtico discípulo, representado en el “discípulo amado" (Jn: 13:23; 19:26; 20:2; 21:7-20). La primera de ellas es la fe. Pues los verdaderos discípulos son aquellos que después de contemplar los signos y escuchar sus enseñanzas, creen y se mantienen firmemente unidos a él. Jesús los invita a permanecer en su amor y a continuar la obra que él ha comenzado por encargo del Padre. El rasgo distintivo de los que creen en él será el amor mutuo (13:35), un amor semejante al de Jesús. Pero además, Jesús ha prometido su Espíritu para que les recuerde y explique todo lo que él les dijo y los defienda en los sufrimientos que tendrán que padecer: Jn: 14:15-17-25-26; 15:26-27; 16:5-11,12-15.

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