martes, 11 de noviembre de 2014

LA VIRGEN MARÍA, EN EL EVANGELIO DE JUAN



De la mano con San Lucas, Juan es el único autor que se preocupa por señalar el puesto de María en la Iglesia al remarcar su importancia en sí misma. Sin ahondar en el versículo 13 del prólogo (cc.1), cuya interpretación es sui géneris (quinatusest) -el cual puede entenderse como una clara alusión a la concepción virginal del Señor-, señalemos solamente las dos escenas que ponen a María en un lugar- destacado: Las bodas de Caná en Galilea y el Calvario. Juan conecta adrede estos dos pasajes; ambos conciernen directamente a la hora de Jesús y ambos ponen en labios de éste la insólita denominación "mujer" (2:4->19:26).

La conversión del agua en vino en Cana de Galilea, no es solamente el primero de los signos realizados por Jesús; es la        , el principio, el que contiene en germen todos los demás signos. Así, el signo de la renovación de la alianza se orienta al cumplimiento de la hora, en la cual Jesús ya no otorga bienes materiales, sino su Espíritu que actúa en los sacramentos de la Iglesia (Sangre y Agua). En los dos momentos María está presente, lo cual se enfatiza con una fórmula de proximidad (la madre de Jesús) y de distanciamiento aja vez: "qué tengo yo contigo" (2:4), “mujer he ahí a tu hijo" (19:26). En el primer caso, Jesús no realiza el signo en razón de la maternidad puramente física, sino que exige a su Madre un acto de fe; y así lo entiende ella cuando se dirige a los sirvientes con este hermoso consejo: "Hagan lo que él les diga" (2:5). Jesús alega la voluntad del Padre, único que fija la hora, ante la concepción posesión de sus hermanos (7:3ss). La grandeza de María consiste en descubrir por la fe las exigencias del Plan Divino y oscurecerse cuando empieza el ministerio público de su Hijo. Su intervención obtiene, no obstante, que se constituya la comunidad de los discípulos, quienes a la vista del signo, creen en Jesús y contemplan su gloria (211).

María en el Calvario… Los Santos Padres, por lo general, interpretan las palabras del Señor al Discípulo amado como un signo de piedad filial; Jesús como un buen hijo, en el momento postrero de su vida se preocupa del futuro de su Madre (S. Agustín piensa también así). Sólo el gran Orígenes presiente un sentido más profundo: "Nadie puede captar el significado (del evangelio de Juan) si no se ha reclinado en el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como Madre. Y para ser otro Juan hay que llegar a ser de tal manera, que del mismo modo que Juan, oigamos cómo Jesús nos designa como Jesús mismo" (Comentario a Jn: 1:23. SC n°120, 71).

En la edad media se generaliza la interpretación de la maternidad espiritual de María. Los modernos por su parte, más atentos al carácter elaborado de las escenas de la muerte del Señor (especialmente en Juan) y su valor simbólico de sus detalles, presentan a María como figura de la comunidad creyente. Por el contrario hay que concluir, no obstante, que María y el Discípulo amado representan algo más que ellos mismos. Cantidad de exégetas católicos explican la denominación "mujer" como una alusión a Génesis 3:15: María es la mujer a quien se promete la victoria sobre Satán. Esta interpretación establece un vínculo entre Juan 19:25-27 y Apocalipsis 12; donde el parto doloroso de la mujer se refiere, no al nacimiento de Jesús, sino al nacimiento en el Calvario del Mesías Triunfante19.

En este orden de cosas es difícil establecer las fronteras entre el sentido literal y las prolongaciones teológicas legítimas. Juan presenta a María como un modelo de fe y valentía; cuando los discípulos huyen cobardemente, ella se queda al pie de la Cruz. Como Madre de Jesús representa al resto fiel de Israel, considerándola, sin duda, el evangelista como la nueva Eva Madre de todos los que viven en la fe y en amor y que miran con esperanza al Crucificado elevado a la Gloria por su resurrección de entre los muertos... lo cierto, es que el texto se mantiene abierto a los comentarios de la tradición.

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